Mi historia con la nutrición comienza a los 12 años, cuando me diagnosticaron anemia. Lo que en principio parecía un simple tema de suplementos de hierro, se convirtió en años de tratamientos sin encontrar la causa principal. A ello se sumaba años más tarde la típica preocupación adolescente por la imagen corporal: en mi entorno, las palabras “calorías”, “gorda” o “flaca” eran parte del vocabulario diario.

    Sin llegar a desarrollar un trastorno alimentario, sentía la presión constante del “qué dirán”. Un día, tuve un clic mental: ¿por qué no podemos vivir en armonía con lo que comemos, sin obsesiones ni estigmas, mientras atendemos nuestras dolencias? Ese cuestionamiento fue la semilla de mi pasión por la nutrición.

La decisión de estudiar Nutrición (y soñar con Medicina)
    Al terminar la secundaria, mi plan inicial era estudiar Medicina. No obstante, por distintas circunstancias, elegí la Licenciatura en Nutrición, y me enamoré de la carrera. Podía abarcar tanto el aspecto clínico como la educación alimentaria y el acompañamiento cercano a las personas. Mientras estudiaba, descubrí la Nutrigenómica, lo que reforzó mi pasión por entender cómo la genética y la alimentación pueden trabajar juntas. ​​